El laberinto de las mejoras


Hay mejoras que son fáciles de ampliar e implantar, que no cuestan apenas dinero (o son gratis) y que permiten una mejora sustancial en los procesos asistenciales. Mejoras casi de sentido común, obvias, de resultado positivo a corto y medio plazo, pero… pero muchas veces ni siquiera se inician.


En ocasiones el miedo tiene la culpa. Miedo a que el resultado no sea el esperado, miedo a la reacción (negativa) de los profesionales, miedo a que los medios se hagan eco y muestren lo que no es o miedo a que el camino sea tan duro que no merezca la pena esperar el resultado.

Otras veces la culpa es de los arboles. No nos referimos a nada forestal, sino a que los arboles no dejan ver el bosque. Ver y analizar desde fuera una solución ayuda a no dejarse llevar por prejuicios y muchas veces los decisores que llevan tiempo en una organización no ven las mejoras de forma clara y son ellos mismos los que se ponen los obstáculos. Y así, cada idea va unida de forma indisoluble a un obstáculo, o un «pero».

Algunas veces la mejora no se ve, no se piensa, sencillamente no surge. Para eso, el benchmarking es necesario: buscar ideas en otras organizaciones similares, preguntar por buenas practicas, analizar las organizaciones de éxito o premiadas, etc. La inspiración también surge copiando, y si nos va a servir para mejorar, todo vale. Las webs de ideas y las intranets colaborativas son una buena herramienta.

Finalmente hay otro motivo para no poner en marcha mejoras sencillas: la inercia y la desidia. Se sabe, se conoce el como, pero nunca pasan a ser prioridad máxima, y todo se queda en espera, esperando nada.

Lo mejor para las soluciones sencillas que se conocen y no se aplican, es dar el primer paso. Poner una fecha, convocar una reunión, mover la primera piedra, lanzar un escrito, concienciar a todo el equipo repitiendo casi como un mantra lo que se pretende hacer… Con eso, ya está hecho 50% del camino.

Salud con cosas